¿Sexismo lingüístico o sexismo social?
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Nadie discute hoy que las lenguas constituyen herramientas que permiten a quienes las usan clasificar y estructurar la realidad que los rodea. Tampoco, el que el uso social que se hace de algunas de ellas resulta sexista y, en consecuencia, abiertamente discriminatorio. Prueba de ello son, además de los numerosos trabajos dedicados al tema en muy diversas lenguas naturales, la serie de eventos de muy distinta naturaleza que reúnen cada día a los especialistas. Contagiadas por los modelos culturales de los que son producto y a los que sirven, las lenguas naturales suelen recoger en sus unidades léxicas, e incluso en su estructura gramatical formas, criterios y actitudes de esa cultura. Y como quiera que el sexismo ha caracterizado la mayoría de las culturas contemporáneas, se ha visto como lógico que, en mayor o menor medida, sus respectivas lenguas reflejen esa situación. Así, casi siempre por razones histórico-culturales, las lenguas han venido ejerciendo de vehículos mediatizadores del pensamiento y la conducta de quienes las emplean, a quienes predisponen para aprehender la realidad desde una perspectiva ya viciada desde su origen por la discriminación sexual y social que caracteriza a las sociedades de las que son producto. Buena cuenta de ello da el hecho probado de la relación existente entre el grado de sexismo social y el grado de identificación género-sexo de la lengua vehicular de esa sociedad. Asimismo, el de que las sociedades matriarcales generaron lenguas en las que el nexo género-sexo es prácticamente nulo (García Meseguer, 1981:10).